Francisco Lorenzo Martínez
Date 01/09/2022
En nuestro vocabulario habitual existe un léxico de la tauromaquia que muchos desconocen, como pueda citarse al hilo de, dar largas, hasta la bandera, a las primeras de cambio, acoso y derribo, escurrir el bulto, ponerse el mundo por montera, te va a pillar el toro, dar la puntilla, armar el taco, coger al toro por los cuernos, etc. El uso de este acervo lingüístico taurino y su incorporación a nuestra lengua en su uso cotidiano constituye una realidad cultural e histórica que proviene de la innegable presencia de la tauromaquia en la memoria colectiva de nuestra sociedad durante siglos.
El preámbulo de la Ley 18/2013, de 12 de noviembre, para regulación de la Tauromaquia como patrimonio cultural, así lo declara con empaque cuando establece que la Tauromaquia es parte integrante de nuestro patrimonio histórico y cultural común de todos los españoles. Prosigue el texto legal afirmando sin cambiar de tercio el carácter cultural indiscutible de la Tauromaquia, al ordenar que debe ser preservado como “un tesoro propio de nuestro país, rico en culturas distintas”. La Tauromaquia, término que tiene su origen en el griego taûros (Toro) y machía (Lucha), es cultura. Según la RAE es el arte de Lidiar toros y debe ser protegida en todo el territorio nacional como ordena y manda la propia Ley.
La Tauromaquia, en la citada Ley se define haciendo un desplante legal como “manifestación artística” desvinculada de ideologías en la que se hacen visibles “valores profundamente humanos”, siendo innegable e indiscutible que la lidia de los toros forma parte de la memoria colectiva de los ciudadanos. Como manifestación artística, cultural, histórica y tradicional, la Tauromaquia se declara con rango de ley parte esencial del Patrimonio Histórico, Artístico, Cultural, Económico y Etnográfico de España. En el mismo preámbulo de la ley y sin escurrir el bulto destaca la mención expresa en cuanto a que la Tauromaquia conforma un “incuestionable patrimonio cultural inmaterial español” que además se ha exportado a otros países como Francia, Portugal e Iberoamérica.
Por todo ello, la Ley ordena en corto y por derecho a los poderes públicos asegurar la libertad del creador y el desarrollo de cualquier expresión artística en la que se incluye con indudable rango constitucional de protección a las corridas de toros y los espectáculos taurinos.
La misma ley para rematar la faena es sensible a la disparidad de opiniones que surgen en nuestra sociedad respecto de la suerte o el trato del toro de lidia en los espectáculos taurinos, sin embargo, dado de que es una manifestación artística y parte esencial de nuestra cultura, historia y tradiciones hondamente arraigada en la identidad histórica y cultural de España, será desde la libertad de la sociedad y desde la propia libertad, la impulsora de la tarea de mantener, actualizar, difundir y conservar la fiesta de los toros. Esta tarea no es ajena a las administraciones públicas, a las que se impone para echar un capote la obligación legal de garantizar su conservación y promover su enriquecimiento como así lo declara la propia norma.
Es innegable que como cualquier otra manifestación artística corresponde a todos los profesionales de la Tauromaquia, empresarios y aficionados, la labor no solo de difundirla desde un punto de vista empresarial o material, sino también de mantener y promover la afición popular a la fiesta de los toros y acrecentar la afluencia de público a las corridas de toros. En nuestros días, es innegable el descenso en la asistencia de público a la celebración de eventos taurinos como puedan ser las corridas, lo que no es extraño o ajeno a cualquier otra manifestación artística siempre sujeta a los tiempos cambiantes y al propio devenir de la cultura como expresión artística que nace y se desenvuelve libremente.
Por ello, la afición y todos los que hacen posible la fiesta de los toros no deben afanarse en una defensa a ultranza, ni mucho menos estar de capa caída cuando arrecian críticas que tildan la fiesta del toro como un ritual de tortura o una celebración a prohibir. Hay que estar al quite cuando se trata de defender lo taurino frente a las continuas provocaciones y críticas poco respetuosas lejos de la libertad de expresión, a veces provenientes de grupos o asociaciones claramente ideologizadas y/o adoctrinadas. La Tauromaquia está llamada a ser ante todo difundida, explicada y compartida libremente con todas las personas que quieran conocer más de cerca el arte del toreo. Debe ser la expresión artística de la Tauromaquia la que siempre mantenga un franco clima de dialogo con todos los sectores de la sociedad, sabiendo que cada toro tiene su lidia siempre desde el respeto y la libertad como valores de nuestro Estado de Derecho que propiamente se hacen visibles en la lidia del toro junto a la nobleza y la bravura del toro, así como la destreza y torería del diestro como expresión perceptible de arte en toda corrida de toros.
No se puede lidiar, y valga la expresión, con quien se limita a calumniar e injuriar y con aquellos que se apartan de los principios democrátivos. Más bien todos los amantes de lo taurino desde la libertad y el respeto debemos hacer de nuestro amor al arte de la lidia la mejor ocasión para brindar una serie de capotazos y muletazos memorables, haciendo uso de las vías que dispone el ordenamiento jurídico cuando nuestros derechos son lesionados.
La fiesta de los toros, nunca desaparecerá, salvo que fuera prohibida legalmente, lo que compete únicamente al Estado como competencia que tiene atribuida constitucionalmente de forma exclusiva, lo que excluye la posibilidad de prohibición por parte de las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos, como ya ha sido declarado por el Tribunal Constitucional en recientes sentencias.
La división y el debate frente a lo taurino, viene desde antiguo, aunque en nuestros tiempos actuales ha venido secundada por decisiones políticas y un emergente movimiento animalista que en muchas ocasiones lo que pretende es animalizar al propio ser humano.
Si hay una cosa segura en esta vida es la muerte, debemos afrontarla y no huir de ella como si no existiera ocultándola. En una sociedad como la actual en la que la muerte es tabú y se recluye o arrincona prolongando la eterna juventud artificiosamente, puede comprenderse en cierta manera una de las causas de la no tolerancia e incomprensión hacia la Tauromaquia. Precisamente, en la corrida de toros se nos coloca ante el lance de la muerte entre el torero y el toro, reaviva nuestras sensaciones y emociones ante la muerte que no todos sabemos o queremos enfrentar y que son encarnadas en la faena principalmente por el torero. De ella participamos activamente en las corridas de toros.
La Lidia del toro, tiene sus profundas raíces y ahonda en lo verdaderamente humano al expresar la muerte como posible desenlace final en un combate noble y justo, expresándolo con nobleza y bravura haciendo del encuentro entre el torero y el toro en una ineludible ocasión para crear arte. Esta es la esencia de la Tauromaquia, su magia, su impronta, porque no es torero quien no arriesga su vida frente el toro, quien no la expone. Quien va de farol no puede ni puede ser torero ni en la plaza ni la vida. El torero vive en un permanente riesgo. Su destreza, temple y bravura han de ser su guía y debe aprender a vivir con y junto al peligro, siendo conscientes de que en una de esas tardes podría ser su último lance o suerte frente al toro. Así también lo vive de alguna manera el aficionado, quien se refleja en el diestro y se emociona cuando se coloca a escasos centímetros frente a los pitones, aprendiendo que ante las situaciones más graves y difíciles llega la hora de la verdad y de demostrar lo que somos capaces de realizar demostrando todos los valores que el mundo del toro representa para superar todos los lances que la vida nos presenta.
A todos los amantes y aficionados taurinos, a los toreros y ganaderos, cuadrillas, a todos los profesionales de la tauromaquia y a todos los hombre y mujeres de buena voluntad. ¡Va por ustedes!