Fecha 30/06/2016
Don Juan Luís Balmaseda de Ahumada y Díez fue premiado por su trabajo como abogado y por su trabajo como presidente de la primera organización internacional de firmas de abogados independientes de tamaño medio y vocación, internacional, BGI, que fomenta el desarrollo empresarial en Europa.
El “Foro Europa 2001” fue fundado en 1996 con la misión de crear encuentros para el intercambio y la divulgación de ideas y conocimientos profesionales entre y con dirigentes de la vida empresarial, cultural y política. Actualmente goza de un amplio reconocimiento a nivel europeo por su antigüedad y la gran difusión mediática alcanzada en este tiempo. El 15 de septiembre de 2002, José Luis Salaverría crea los premios ciudadano europeo en el campo de la política, la empresa, la cultura y el deporte para visualizar y reconocer el esfuerzo en la construcción de Europa a distintas personalidades.
Tienen este premio, entre otros, el exministro Josep Piqué, el exalcalde de Barcelona Joan Clos, el periodista Luis del Olmo, la escritora Teresa Viejo, el estacado oftalmólogo Barraquer, el famoso arquitecto Joaquí Torres del estudio de arquitectura A-cero; el Dr. Enrique Monereo, renombrado cirujano plástico, el publicista Luis Bassat, la escritora Carmen Posadas, el veterinario Juan José Badiola, el empresario Enrique Sarasola, Eduardo Sánchez Junco, presidente de la revista “Hola”, el cardiólogo Francisco J. Güel, director de cardiología en la Clínica Tecknon, etc.
EUROPA AYER Y HOY, Y ¿MAÑANA?
Convocados por el Foro Europeo, todos los aquí asistentes hemos sido invitados para asistir a la concesión de medallas del Foro Europeo y al premio que tengo el honor de recibir como Ciudadano Europeo.
Nada más oportuno, a mi forma de ver, que dedicar el tiempo que me han asignado a reflexionar brevemente acerca de Europa y de algunas consideraciones históricas, del pasado y del presente de la Europa que nos toca vivir, para así poder adivinar, si cabe, la Europa que nos tocará vivir y la que, a lo peor, no nos tocará vivir jamás.
Vivimos en una oleada de corrientes intelectuales e ideológicas de laicismo, de arreligiosidad, incluso de antireligiosidad, por la era de las ciencias, el imperio de la lógica, la esclavitud del practicismo más egoísta a la par de eficaz y de una propaganda que, en aras a la defensa de la libertad, se mece y balancea en un péndulo cada vez más oscilante entre el liberticidio religioso y el suicidio libertario, tratando de justificar lo injustificable y buscando comprensión en lo incomprensible.
No soy, y no lo he sido nunca, un devoto religioso, ni tan siquiera un mal practicante del catolicismo, incluso he sido crítico, en muchas ocasiones con la posición de la iglesia, de nuestra religión y de otras religiones sin cortapisas y sin ningún tipo de trabas ni morales ni mentales, creo firmemente en la separación necesaria entre el Estado y la religión, pero a cada uno lo suyo y nuestra religión, nuestros principios judeocristianos tienen que ver mucho en nuestro pasado y en nuestro presente.
Así, aunque no lo queramos, hurgando en los principios de la historia siempre nos encontramos con la religión y a pesar de que todos conocemos la existencia de los cinco, con la Atlántida seis continentes, pocos recuerdan el origen divino de casi todos sus nombres.
Europa toma su nombre de la hija del rey Tiro, de la ninfa Europa. Conforme a la leyenda, Europa jugaba a la orilla de la mar con sus amigas cuando Zeus, convertido en toro blanco astado con unos cuernos con forma de creciente lunar, raptó a la Ninfa enardecido por su amor por ella.
Europa solo se aplica a la parte continental, dejando fuera el Peloponeso y las islas, con el tiempo se extendió a todo el continente, islas incluidas, para así diferenciarlo de su vecina Asia.
Asimismo, Asia era una diosa oceánica fruto del matrimonio entre Océano y Tetis.
África recibió su nombre de una deidad hecha mujer que se representa como mujer, con un cuerno de la abundancia y un escorpión en las manos sentada en un elefante.
Oceanía, es la deidad del Océano, el río-universal, cuya corriente lo baña todo para volver sobre sí mismo.
Solo América no proviene de ningún Dios, sino de Américo Vespucio, no su descubridor, sino sorprendentemente el primer navegante que puso el pie en tierra firma continental, y no en una isla americana.
Europa, no obstante, no solo es un continente, es un concepto, es una cultura, es una forma de pensar, de hacer, de vivir, de construir, de pintar, de soñar…
Celtas, íberos, etruscos, galos y muchos más… Los griegos fueron los creadores del concepto democracia, aunque también del de tiranía, de la filosofía, la matemática, la geografía y la física. Roma desarrolla la filosofía griega y la expande por su vasto y enorme Imperio.
Visigodos, vándalos, alanos, godos, eslavos, hunos, suevos y tantos otros van dejando las bases de los primeros estados modernos, ya pre-existentes en las provincias de la época romana. La Galia, Britania, Hispania, Lusitania, Germania y así sucesivamente, el Visigótico, el Románico, el Gótico, el Renacimiento, el Barroco, el Neoclásico y los movimientos del siglo XX generan toda una serie de corrientes culturales que sin duda conviven, luchan, nacen y mueren en clara convivencia con el pensamiento, la filosofía y la religión judeo cristiana como elemento predominante y casi único.
A ese acervo cultural griego y romano, visigótico se le incorpora en el 711 la vuelta al mundo, a la cultura romana de manos de los Omeyas ya islamizados, se inician también en Europa las primeras universidades: París, Bolonia, Oxford, Salamanca, Toledo y un sinfín de ellas que van dando y conformando la Europa moderna.
El renacimiento y el descubrimiento para Europa y los europeos del nuevo mundo abre las fronteras no solo geográficas, sino del conocimiento en todos los órdenes.
La Ilustración, que se inicia fundamentalmente en Francia e Inglaterra en los estertores del XVII hasta la Revolución Francesa en Francia y hasta los primeros años del XIX en otros países, se la denomina “ilustración” precisamente por su firme y declarada finalidad a disipar las tinieblas de la humanidad por el predominio de las luces de la Razón, por ello conocemos al siglo XVIII como el Siglo de las Luces.
Es desde este momento cuando de nuevo y definitivamente, Europa encabeza la larga marcha contra la ignorancia, la tiranía, la superchería y la superstición para, con la bandera de la razón y la libertad, construir un mundo mejor.
Y del neoclasicismo llegamos al siglo XX, donde Europa encarna un continente donde la cultura, la igualdad y la libertad han triunfado sobre la tiranía y la desigualdad.
Europa goza de una paz, tras las dos espantosas y cruentas guerras mundiales, de un progreso económico, de un Sistema de Derechos humanos y sociales, de una seguridad jurídica, de una sanidad universal y de un sistema de libertades y de democracia sin precedentes y sin comparativa posible con ningún otro en ningún periodo.
Somos y hemos sido referente de progreso y libertad, aun cuando también en nuestra historia haya habido periodos oscuros, y muchas veces estudiado injustamente fuera de contexto histórico, sin tratar por ello de esconder errores y de justificar lo que no es justificable ni tampoco es necesario justificar.
Por ello considero que esta Europa, con sus errores y con sus virtudes, es la mejor que jamás ha existido, una Comunidad Económica con intereses comunes, con cultura común, con vocación universal, pero al mismo tiempo con singularidades irreconciliables, con necesidades soberanas indiscutibles y casi indiscutidas, con esa manera parecida y similar de hacer las cosas en general, pero natural e históricamente diferentes.
Por ello debemos no olvidar nuestro bagaje, nuestro origen y nuestra razón de ser, nuestro pensamiento filosófico judeo-cristiano y poco a poco, en la medida de lo posible, tratar como hemos hecho siempre de hacer un mundo mejor de forma tolerante, siendo fieles a nuestros principios democráticos, culturales y religiosos, pero sin renunciar al sistema, a los principios, a la razón de ser de cómo somos, de adónde hemos llegado. La renuncia a ellos o el abandono, timidez o tibieza a la hora de defenderlos y mantenerlos destruiría Europa y destruiría la oportunidad de universalizar esos principios, esos derechos universales que tantos siglos ha costado universalizar en Europa y obtener para la mayoría de los que aquí habitan.
Por ello la firmeza ante la defensa de nuestro sistema de vida, de nuestros derechos, no puede confundirse con tiranía o con egoísmo, con intolerancia o con injusticia, sino todo lo contrario. Tenemos y debemos seguir pensando, del primer al último europeo, que somos los albañiles de una enorme catedral que se llama Europa y como en aquella vieja historia que me contaba un viejo y sabio amigo, cuando en el medioevo un sabio, al final de sus días, acercándose a una obra de una catedral que estaba comenzando a edificarse, se acercó a uno de los trabajadores que estaba trabajando la piedra y le preguntó: ¡Buenos días buen hombre! ¿Qué está haciendo usted? Y el hombre le respondió: “estoy picando esta piedra” y el viejo sabio continuó su paseo y volvió a preguntar a otro cantero qué es lo que hacía. Este hombre levantó orgulloso la mirada, paró su martillo y su cincel y mirando al viejo sabio a los ojos le respondió: “Yo estoy construyendo esta Catedral”.
Hay dos maneras, incluso más, en la vida, de afrontar nuestro trabajo y la defensa de nuestra cotidianidad, de nuestra forma de vida: bajo el pesimismo, la pasividad y la ignorancia, o bajo el optimismo, la ilusión, el conocimiento, la educación y la tolerancia que estos últimos otorgan.
Y para que no haya dudas, además de las palabras, los datos, que son la imagen del texto escrito, como diría un viejo maestro “para muestra un botón”, Europa con una población de apenas 575 millones de personas, representa el 8,2% de la población mundial de aproximadamente 7.500 millones de almas.
Del gasto mundial en Derechos y beneficios sociales, es decir, desempleo, ayudas familiares, sanidad pública, educación, ayuda y asistencia social, nacional e internacional, etc., Europa representa el 50% del mismo.
Sin duda, nada ni nadie puede poner en duda el compromiso de la Europa de hoy y de los europeos con la democracia, la justicia, la igualdad, la solidaridad y los Derechos fundamentales sociales y humanos.
Bien es cierto que caer en la autocomplacencia sería un craso error y que podemos y debemos mejorar en muchas cosas, pero para ello debemos seguir siendo Europa y defendiendo nuestra cultura, nuestros derechos y nuestra forma de vivir y convivir, sin miedo, con firmeza y sin dejar, sin complejo alguno, de defender y ser lo que somos y lo que queremos ser.
Permítanme acabar rememorando en este 2016, el V Centenario del Quijote, la primera novela moderna de uno de los más insignes literatos universales y europeos, “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida”
Juan Luis Balmaseda de Ahumada y Díez